• Estudiantes de medicina de Puerto Rico plantan cara a los desafíos

Nos conocimos en Rochester (Minnesota) una mañana soleada de julio… éramos tres estudiantes de primer año de medicina que participábamos durante el verano en un programa de investigación en Mayo Clinic. Una deliciosa brisa agitaba el toldo del carrito que vendía café al lado, pero para estos estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, el temporal de otros tiempos todavía estaba muy presente en sus pensamientos.

El primer año de medicina exige mucho de los estudiantes: el plan de estudios es complicado e implacable, los profesores fijan normas exigentes y la competición entre alumnos es feroz.

Para los estudiantes de la promoción del año 2020 de la Escuela de Medicina de la Universidad de Puerto Rico, el reto de conquistar el estudio de la medicina se convirtió en una extraña necesidad apremiante cuando el 20 de septiembre de 2017, pocas semanas después de empezar el nuevo semestre, el huracán María azotó la isla.

Foto de Carlos Miranda del campus universitario

El resto del año lectivo fue un viacrucis que puso a prueba su resolución y capacidad de sacrificio, pero muchos estudiantes lo superaron y hasta prosperaron en estas circunstancias adversas. Ahora, están más motivados que nunca para aprender y triunfar en su profesión. De hecho, un contingente de alumnos de primer año de medicina de la Universidad de Puerto Rico pasó por alto este verano la oportunidad de gozar de unas merecidas vacaciones del trabajo y de los estudios para, en su lugar, postular a un programa de investigación en ciencias clínicas y traslacionales en Mayo Clinic. Tres de estos estudiantes, Amanda Toledo Hernández, Lauren Rivera Pagán y Alejando Loyola Vélez, compartieron con Discovery Edge sus experiencias con el huracán y sus sueños de dedicarse a la investigación médica.

Peor de lo que uno puede imaginar
“Hubo otros huracanes antes, pero nada de esta magnitud”, dice Amanda.

“Creó una escena apocalíptica, casi irreal”, opina Alejando.

Amanda Toledo Hernández, Lauren Rivera Pagán, Alejandro Loyola Vélez.

Esta devastadora tormenta de categoría 4 llegó apenas 2 semanas después del huracán Irma y los daños que causó en Puerto Rico alcanzaron una suma aproximada de 90 mil millones de dólares. El huracán acabó con la electricidad y las telecomunicaciones; sus fuertes vientos, lluvias e inundaciones no solo destruyeron casas y caminos, sino que obligaron a evacuaciones de urgencia. Toda la isla fue declarada zona de desastre federal.

Menos de tres semanas después y con gran parte de Puerto Rico todavía luchando por sus necesidades básicas, la escuela de medicina reabrió sus puertas y reanudó las clases el 10 de octubre.

Una tormenta tras otra
Antes de la llegada del huracán, la Universidad de Puerto Rico ya enfrentaba una crisis económica y la reparación de los daños causados por la tormenta prometía forzar aún más la tensa economía universitaria. A esto se sumaba la preocupación de que los alumnos desplazados no pudiesen regresar a terminar sus estudios o se vieran forzados a dejar Puerto Rico para estudiar en otro lado.

Ante estos retos, la Escuela de Medicina de la Universidad de Puerto Rico hizo un enorme esfuerzo por recuperarse lo más pronto posible. Reabrió sus puertas y convocó nuevamente a clase a los estudiantes, quienes acudieron a recibir las lecciones hasta en carpas y vestíbulos de edificios. Estudiaron y se prepararon para los exámenes, pese al poco acceso que tenían a electricidad, telefonía celular e Internet.

Lauren estudia a la luz de una linterna

“A veces, estábamos en clase, pero la luz se iba y teníamos que dejarlo todo en la mitad. Era difícil estudiar. Gran parte de nuestros libros y de los bancos de las preguntas para los exámenes estaban en el Internet”, recuerda Amanda.

Con mucha frecuencia, los estudiantes competían por un lugar para estudiar en la biblioteca de la escuela de medicina, uno de los pocos sitios donde generalmente se podía contar con que habría luz e Internet.

“Teníamos que buscar dónde estudiar. Era agotador”, dice Lauren.

No obstante, los estudiantes aprendieron a cuidarse entre sí y, pese a la dura experiencia vivida, la clase entera se unió.

“Cuando alguien tenía electricidad en casa, invitaba al resto para estudiar juntos. Es en esos momentos cuando uno realmente aprende a apreciar lo que significa llevarse bien con otras personas y pertenecer a una comunidad”, comenta Alejandro.

Sin casa ni hogar
Entre las consecuencias del huracán estaban el estrés físico y el estrés emocional, los cuales fueron sumamente fuertes en los estudiantes. Muchos de ellos tuvieron dificultades personales por las alteraciones que la situación causó en sus familiares y hogares. La falta de electricidad hacía imposible tener aire acondicionado en casa y, por lo tanto, tampoco era posible dormir.

“Toda la noche solía sudar y apenas lograba conciliar el sueño. Eso afectó tanto mis estudios como mi capacidad de concentración”, anota Amanda.

Foto de Carlos Miranda de los daños en el campus universitario

Muchos estudiantes también estaban preocupados por sus familiares y amigos. Era difícil para ellos equilibrar las exigencias del programa de la escuela de medicina y las necesidades de sus seres queridos.

“No era fácil para mí dejar en esas condiciones la ciudad que me vio nacer. Mis familiares no tenían electricidad, tampoco podían trabajar y, entretanto, yo sobrevivía solo como podía”, comenta Alejandro.

Querer es poder
A medida que los estudiantes hablaban sobre las dificultades del último año, era aquella pausa ocasional, aquella selección de palabras o aquel tono de voz que los traicionaba y mostraba las emociones fuertes y la frustración que llevaban dentro. No obstante, su cara ante el mundo exterior, pese a todo, está llena de energía y optimismo… estos jóvenes están decididos a aprender lo que necesitan para convertirse en investigadores exitosos.

“Estábamos allí porque era donde queríamos estar. Creo que el huracán puso a prueba nuestro deseo de continuar estudiando”, señala Amanda al recordar su último año de estudios.

Los estudiantes también buscaron maneras de sacar algo positivo de la experiencia.

“Hay muchos temas de investigación que pueden surgir a partir de un huracán, como asuntos que competen a la salud pública; por ejemplo: cómo afectó esto sobre la prestación de atención médica a los pacientes, o cómo afecta la falta de electricidad a la gente que necesita respiradores. Fue una experiencia que puede enseñarnos mucho”, añade.

Al final del año lectivo 2017-2018, los tres decidieron postular para el premio a la investigación otorgado por Mayo Clinic a la Escuela de Medicina de la Universidad de Puerto Rico, en lugar de disfrutar de las vacaciones del verano.

“Pensé que tal vez necesitaba el verano para descansar luego de un año muy difícil, pero en el último momento, me dije que después de todo había superado el año y, entonces, decidí postular y ver qué pasaba. Me aceptaron y me puse muy contenta por no haber dejado que el huracán me obligara a renunciar a mi sueño de hacer investigación este verano”, explica Lauren.

Un verano de investigación
El programa se ofrece en colaboración con la Escuela de Medicina de la Universidad de Puerto Rico para brindar a un pequeño número de estudiantes de medicina la oportunidad de participar en un proyecto de investigación clínica y traslacional de dos meses de duración, bajo la guía de un investigador reconocido de Mayo Clinic.

Esta larga colaboración entre ambas instituciones ha tenido un papel importante en la Escuela de Medicina de la Universidad de Puerto Rico, explica su decana adjunta para relaciones académicas, Dra. Debora Silva.

“En los más de 10 años de existencia de esta colaboración, la experiencia ha sido valiosa para los estudiantes y un paso decisivo en sus carreras profesionales. Muchos de ellos han continuado preparándose para obtener maestrías en ciencias clínicas y traslacionales en Mayo Clinic. Es decir, las oportunidades ofrecidas por esta colaboración han sido invalorables para el desarrollo de los futuros investigadores en ciencias clínicas y traslacionales en Puerto Rico”, afirma la Dra. Silva.

Los tres estudiantes regresan a la escuela de medicina con experiencia en investigación y con experiencias vividas que forjarán sus carreras profesionales como médicos clínicos e investigadores.

“El programa de Mayo me puso en contacto con mentores muy acordes a mis necesidades y a lo que yo quería aprender. Debido a que me tiemblan un poco las manos, nunca pensé que podría hacer este tipo de trabajo en el laboratorio, pero aprendí que la práctica y el contacto habitual hacen gran diferencia y que no debo limitarme a mí mismo”, dice Alejandro, quien pasó el verano en un laboratorio de genética que trabaja con ratas para identificar diferencias entre las secuencias genéticas.

Los estudiantes también aprendieron lecciones valiosas acerca de su función en las investigaciones orientadas a descubrir soluciones para las necesidades aún desatendidas de los pacientes.

“Hice la mayor parte de mi trabajo este verano en el laboratorio que estudia la neurobiología del alcoholismo y la drogadicción, pero también aprendí la importancia de salir del laboratorio para preguntar a los pacientes qué necesitan que se investigue”, acota Lauren.

Además, los estudiantes avivaron su ambición de triunfo ante la adversidad.

“Creo que como comunidad y como isla, seguiremos el hashtag #puertoricoselevanta”, aclara Amanda, quien trabajó en un laboratorio de epidemiología para estudiar la percepción de los pacientes respecto al riesgo de cáncer pancreático. El nombre del hashtag lo dice todo.

Determinación y promesa
Mayo Clinic estableció su colaboración con la Escuela de Medicina de la Universidad de Puerto Rico en el año 2007. Desde entonces, 113 estudiantes han formado parte del programa y muchos se han dedicado a la investigación después de sus estudios de medicina. Según los directores del programa, esta futura promoción los ha inspirado e impresionado como ninguna otra.

El Dr. Lewis Roberts, que ostenta el título de profesor Peter y Frances Georgeson para investigación sobre el cáncer gastroenterológico, dirige el programa para investigación durante el verano desde sus inicios. “He servido de mentor para muchos estudiantes talentosos y he intentado darles un fuerte impulso para su futuro como investigadores biomédicos, pero nadie puede negar que el grupo de alumnos de este año es especial. Son fuertes y sumamente inteligentes… son de aquellos que lo superan todo”, comenta el médico y científico.

“No puedo estar más de acuerdo con eso. El grado de determinación de estos estudiantes es fiel muestra de su tesón ante las adversidades y, ¿no es ese exactamente el tipo de persona que queremos para intentar curar las enfermedades y avanzar la ciencia de la medicina?”, concluye el Dr. Anthony Windebank, director de los programas predoctorales en Ciencias Clínicas y Traslacionales de Mayo Clinic.

– Caitlin Doran, diciembre de 2018

Artículos relacionados